jueves, 28 de febrero de 2008

EL SILENCIO Y LAS LAGRIMAS.


EL SILENCIO Y LAS LÁGRIMAS

“...Tiempo de callar y tiempo de hablar” (Eclesiastés 3:7b)
Es común es mis labores de consejería , ver a las mujeres que lloran, muchas de ellas por el maltrato verbal de sus cónyuges. Una me decía que prefería guardar la ley del hielo o la indiferencia a su esposo.


El refrán, “El silencio es oro, y la palabra plata” es aplicable cuando es necesaria la prudencia; pero no hablar al cónyuge, y castigarlo con el silencio, es perjudicial porque la familia llora y se rompe la comunicación
Leí el caso de un esposo que por dos años no le habló a su esposa, él se mantuvo en contacto y en buenas relaciones con los otros familiares, pero a su cónyuge le aplicó “la ley del hielo”. ¿Por qué actuamos con malicia, indiferencia y venganza?


No es aconsejable refugiarse en el silencio, porque se evade el problema y así cortamos la comunicación; en cambio si hablamos y escuchamos, los hijos aprenden a “ventilar sus asuntos personales” con inteligencia.


Las lágrimas son legítimas cuando el momento emocional lo requiere, un ser querido que muere, un dolor; pero cuando la usamos a propósito, es una manipulación eficaz para destruir el hogar. Esto no puede ser.
Es clave que usted adore a Dios y lo sirva, con santidad de vida. No es posible predicar, enseñar y hasta ministrar a otros, si usted ha hecho daño con su silencio, o con lágrimas manipuladoras.


Las devociones personales y la comunión con Dios tienen que ser santas No hagamos burlas pesadas, ni dejemos de hablarnos ni ser indiferentes ya que esto, lo único que demuestra es inmadurez. Por consiguiente, aprendamos a tratar a la gente, para que Dios oiga la oración. Seamos prudentes para guardar silencio y para saber hablar.



Todo tiene su tiempo y su espacio, por consiguiente, hable y calle.

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