viernes, 20 de febrero de 2009

Nuestras Palabras

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Existe una creencia popular, de que somos las mujeres las que más hablamos. Y aún peor, las que peores cosas decimos, y muchos nos consideran, el centro del chisme y la maladicencia. Y pensando en esto, me imaginé la gran tarea que tenemos en nuestras manos, cuando se nos ha concedido el honor de dirigir vidas y cimentar hogares.

Dice la palabra de Dios que nuestras palabras son el resultado de lo que hay en nuestro corazón. De la abundancia del corazón, habla la boca (Lucas 6:45), y es aqui donde inicia mi tema. Lo que nosotros pongamos dentro de nuestro corazón dará fruto. Si nos empeñamos en pasar nuestro tiempo cultivando nuestra alma, los frutos se harán evidentes.

La plaga de las telenovelas, por ejemplo, es el contaminante número uno de las mujeres. Es triste pensar que a pesar de que cada una de nosotras, tenemos dramas personales que vivir, nos la podríamos pasar, tres o cuatro horas al día, viendo dramas inventados, que solo alimentan el alma con tristeza, negatividad, miedos y pecado.

Otra fuente de contaminación para nuestro corazón, es la música que escuchamos. Está bien escuchar música que alegre y motive al alma, pero si nos ponemos detenidamente a escuchar y leer entre líneas el significado de la mayoría de las canciones populares, traen una carga de depresión y desamor.

Cuidado también con alimentarlo de chisme y maledicencia. Hay personas que no tienen nada que hacer y se dedican a entrar a las casas, a llevar chisme de los vecinos, de la familia. Apartémonos de eso, definitivamente.

La palabra sazonada, es como un bálsamo al espíritu humano. Y si esta va acompañada de buenas actitudes y buenos sentimientos, más aún conllevan a la regeneración de muchas cosas que pueden estar dañadas en quienes amamos.

No estoy diciendo con esto que utilicemos un lenguaje rebuscado y refinado, que nos haga ver como que somos personas de otra élite. No. Estoy diciendo primero, que no dejemos que nuestro corazón se contamine, para que lo que salga de nuestra boca, sean tragedias, miedos, chismes, maladicencia, maldiciones y pesimismo.

También se podría decir, el hecho de ser femeninas, nos debe hacer pensar en cuan delicado es nuestro hablar. Al corregir a nuestros hijos, hacerlo firmemente pero con amor. Evitar las vulgaridades, evitar las cosas que nos hacen ver mal. Manejar un lenguaje adecuado y que de muestra, de que somos mujeres cristianas, lavadas con la sangre de Cristo, mujeres dignas y con respeto hacia nosotras mismas y hacia los que amamos.

Si nos sumergimos, al menos una hora diaria, a dar gloria a nuestro Dios y buscarle en oración, poco a poco su personalidad se irá haciendo evidente, en nosotros, y la fuente del corazón se llenará de cosas positivas y celestiales. Seremos mujeres con los pies en la tierra, pero con el corazón en el cielo.

Dejemos que los dichos de nuestra boca sean para restauración. Permitamos que las palabras que salgan de nuestros labios edifiquen. Si no tenemos que decir, quedémonos en silencio. Pidamos sabiduría de lo alto. Y busquemos la excelencia.

Con la lengua bendecimos a nuestro Señor y Padre,
y con ella maldecimos a las personas, creadas a imagen de Dios.
De una misma boca salen bendición y maldición.
Hermanos míos, esto no debe ser así.
¿Puede acaso brotar de una misma fuente agua dulce y agua salada?
(Santiago 3:9-11)

viernes, 6 de febrero de 2009

Nuestros niños

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Muchas veces he visto madres perder el control ante sus hijos. He visto madres, dejándose chantajear por los pequeños que conforman la familia, y éstos hacen lo que quieren con ellas y con los demás alrededor. Por lo general, uno aprende a callarse y a dejar que estos pequeños rapazuelos hagan de las suyas, porque si su autoridad máxima que es la madre no pone orden, ¿cómo puede uno decir algo? A veces, creo que uno llega a la conclusión de sentarse en las gradas de la casa y jalarse los pelos, exclamando: "he creado un monstruo".

Y en cierta forma así es. Los niños son masa suave, vienen, con cero equipamiento en la vida. Somos nosotros quienes vamos poniendo valores en sus pequeños corazones y en sus mentecitas. Vamos moldeando esa pastita, ese material en bruto que nos fue concedido. Seamos madres, seamos maestras, seamos guías... seamos lo que seamos, somos nosotras quienes tenemos más tiempo de poder atender y enseñar a los niños. La Palabra dice "Que instruyamos a un niño en su camino y aún cuando fuere viejo no se apartará de él". (Proverbios 22:6)

Es también importante saber, que como pequeños, las emociones se manifiestan más intensamente, en ellos. Así como su ingenuidad nos asombra y esos grandes ojos negros, nos dejan babeando. Así como la blancura de su piel, y el olorcito a nuevo nos cautivan, asi las emociones, positivas o negativas salen a flor de piel a cada momento. Muchas veces he escuchado decir que "los niños son crueles", y no es así. Es simple: las emociones que no han sido dominadas, ni moderadas, están a flor de piel. Entonces, la alegría es alegría al máximo, pero la tristeza también lo es. La envidia y sus expresiones de egoísmo también son muy fuertes. Sus críticas son directas, la verdad resalta y es ahi donde tenemos que darnos cuenta del papel que debemos jugar en esas pequeñas vidas que recién comienzan, pero que a pesar de eso... tienen un potencial emocional e intelectual tremendo.

Es nuestro deber, nuestra obligación como los administradores de esas pequeñas vidas, ir moldeando carácter, ir enseñando educación, respeto a los demás, control y dominio propio. Es vital que en lugar de violencia, utilicemos las palabras, los niños entienden. Y evitemos borrar con nuestros malos ejemplos, lo que nuestras bocas dicen para poder enseñarles de una manera eficaz.

Mi abuela, que era muy sabia siempre me decía que, "cuando uno educa a un niño está educando a toda una familia", es decir, los cimientos que pongamos en las vidas de nuestros hijos, serán los que ellos, de manera corregida y aumentada pongan en la vida de los suyos. Tarea dificil, pero no imposible, poder criar, amar y hacer crecer personas que en el futuro, tendrán influencia sobre otras.

La educación y la corrección tienen que ir de la mano con un balance de amor y comprensión. No podemos subir a un niño al nivel de un adulto que ya comprende, pero si podemos por un momento bajarnos a su nivel, y hablar directamente con ellos. Viéndoles a los ojos, acariciando sus espaldas, y en amor y en comprensión, enseñarles que cuanto han hecho está mal y trae sus consecuencias. Los niños responden al estímulo positivo. Y quizás lo más importante de todo esto, es recordarnos de cuando fuimos niños, las cosas que nos agradaban, las cosas que nos molestaban. Qué era lo que más nos dolía, que era lo que más nos afectaba en nuestro trato diario con nuestros progenitores. Y entonces, en la base del amor y la misericordia, nosotros poder entender por un momento a nuesros hijos... y poder llegar a la conclusión de que no existe hijo malo... ellos son vasijitas, recipiendarios de la semilla que nosotros pongamos dentro... y a la larga... por sus frutos... seremos conocidos.