Cada día al despertar, debemos estar conscientes de que Dios nos da una nueva oportunidad para disfrutar, un momento, una circunstancia, irrepetible. Muchas veces vivimos la vida por vivirla. Nos apresuramos a ver a quienes nos rodean como una rutina. No reparamos en las grandes bendiciones que tenemos a nuestro alrededor.
Estamos muchas veces, en un estado de niñas malcriadas, que no saben apreciar cuanto su Padre ha hecho por ellas. Y se nos pasan los días, y se nos pasan los años, y dejamos que crezca en nuestro corazón cierta indolencia, por la vida, y por cuanto nos ha sido dado.
Esposas que no reparan en lo maravilloso que es tener un ser cariñoso y fiel a su lado. Que critican en lugar de apreciar. Que esquivan el beso matutino, y que rechazan la caricia nocturna. Madres que alejan a sus hijos cuando ellos quieren ser cariñosos. Que gritan, que castigan por la natural forma de la expresión de la alegría de sus hijos. Novias, que creen que lo han logrado todo, y esperan al próximo, despreciando al que tienen...
Ser conscientes de las bendiciones que tenemos alrededor nuestro, se puede traducir, en "ser agradecidas con Dios" por lo que tenemos. Escribo esto, porque he enfrentado varias situaciones últimamente. Madres que han perdidos a sus hijos a una temprana edad. Hijos que han perdido a algún progenitor, y esposas que han perdido a su pareja. Y la expresión es la misma... que corto tiempo y no me dio tiempo de disfrutar a mi ser querido.
La vida es incierta, no la tenemos comprada, y los que nos rodean no son eternos. Una actitud sabia es poder cada día, agradecer la bendición de ser parte de ese mundo donde estamos. Saber que cada día es una nueva oportunidad para disfrutar de la sonrisa de nuestros hijos, de esos ojitos que quieren aprenderlo todo. Sorbernos cada día con placer, reconociendo que no se volverá a repetir. Como sabiendo que nuestros afectos no durarán para siempre y saber aprovechar los momentos y vivirlos con intensidad.
Seamos pues agradecidas. No nos conformemos con la rutina diaria, despojémonos de la indolencia. Demos amor, desperdiguemos felicidad y apreciemos esos regalos que Dios en su infinita misericordia nos ha concedido. Besemos, acariciemos, amemos, sonriamos, y a pesar de los problemas, debemos saber, que la bendición está con nosotros, y que hemos sido galardonadas con la familia, amigos y pareja que tenemos. Si hacemos esto, cuando llegue el momento del adiós, habremos estado satisfechas que dimos lo mejor, y que vivimos lo mejor, y quizás la tristeza nos invada, pero también quedará en nosotros la gran satisfacción de habernos disfrutado a quienes amamos al máximo.
Bendice, alma mía, a Jehová,
Y bendiga todo mi ser su santo nombre.
Y bendiga todo mi ser su santo nombre.
Bendice, alma mía, a Jehová,
Y no olvides ninguno de sus beneficios.
Salmo 103:1-2
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